viernes, 28 de julio de 2006

Caballos desbocados

Los asesinos debían ser como lobos solitarios, sostenía Sawa. Había allí doce hombres presentes, y a sangre fría debían tomar la decisión firme de matar a otros doce hombres. La fecha del tres de diciembre debía permanecer incambiada; pero, dado que se renunciaba a la idea de asaltar las estaciones eléctricas, la hora debía alterarse. La acción tendría que llevarse a efecto poco antes del amanecer y no por la noche. El amanecer es un momento en que los hombres ricos, que duermen mal porque son viejos, se hallan tendidos en sus camas con los ojos abiertos. En ese momento, la luz incierta de la madrugada iluminaría suficientemente sus rostros. No había así posibilidades de cometer error alguno. El amanecer es un momento en que acaso presten atención al gorjear de los primeros gorriones mientras permanecen insomnes con las cabezas sobre las almohadas y piensan en lo que harán ese día para salpicar aún más al Japón con el venenoso aliento que sus poderes les prestan. Esa era la oportunidad más indicada. Lo que cada hombre allí presente debía hacer era efectuar averiguaciones sobre el exacto lugar en que los que debían ser asesinados acostumbraban a dormir, y demás indicaciones útiles para llevar a buen término la tarea que a cada uno le incumbía, de modo que la ardiente sinceridad que les guiaba se levantara como una gran llamarada hasta los cielos.


Yukio Mishima
Caballos Desbocados (novela)

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