sábado, 7 de octubre de 2006

Ella se llamaba Sara


Estamos jodidos, estamos jodidos, canturreaba Sara mientras corríamos por calles oscuras que no conocíamos. Atrás de nosotros: los malos de la película. Y bueno, ni tan malos; al fin y al cabo Sara había aventado un ladrillo al parabrisas del carro de uno de los tipos (seis, diez, veinte, treinta, cientos, lo juro, eran un ejército), aunque claro, el muy imbécil se lo había buscado. Uno no anda por esta vida diciendo qué desperdicio de mujer, pinche marimacha a gente como Sara. Ella sonrió y me dijo: vámonos de esta fiesta. Cuando salimos corrió a buscar un ladrillo y lo aventó contra el parabrisas de un carro que estaba estacionado frente a la casa de la fiesta. Obviamente salieron a ver qué había pasado, aunque nosotros ya habíamos empezado a correr porque, para variar, no teníamos carro. Corrimos hasta que sentimos que nuestros corazones iban a estallar. No era un deporte nuevo. Todavía tengo dos cicatrices en la frente porque a un tipo, al que Sara había insultado, decidió que mi cabeza debía besar apasionadamente el pavimento cinco veces. De las primeras dos les puedo platicar con todo detalle, de las otras tres sólo sé porque Sara me contó después. Ese era el inconveniente de ser el amigo masculino de Sara. Hay tipos tan pendejos que si una mujer los insulta, piensan que tienen el derecho de partirle la madre a su amigo, como sucedía comúnmente.

Bueno, corríamos por calles con camellón sin saber a dónde iban y tratábamos de cambiar de ruta rápidamente porque nuestros perseguidores tenían que dar vuelta en sus coches, y así sería más difícil que nos alcanzaran. Llevábamos las de perder. Faltaban muchas calles para llegar a alguna avenida donde se pudiera tomar algún transporte y nuestros perseguidores tenían por lo menos cuatro carros. Además, estaban realmente emputados.

-A ver si la próxima vez mejor ponchas sus pinches llantas –le dije, y ella trató de sonreír. Pero no podía, estaba cansada. Parecía que esta vez sí íbamos a perder. No se oían ni veían carros por ningún lado. Sabíamos que era cuestión de suerte. O llegábamos a un camión y dormíamos en una cama, o nos encontraban y quién sabe qué pasaría.

-Carajo contigo, ni siquiera me dijiste lo que ibas a hacer.

-No mames, siempre te da miedo; además, si te hubiera dicho, no me hubieras dejado. Mejor cállate, no te acuerdes y camina más rápido.

Cuando oíamos un carro tratábamos de parar y escondernos atrás de un árbol o de otro carro y esperar a que pasaran. La noche estaba tranquila aunque hacía frío.

-Además tú eras el que querías venir a esta pinche fiesta. Te he dicho mil veces que me cagan las fiestas en los suburbios. Puros pinches fresas.

Sara seguía reclamando y verla era todo un espectáculo. Estaba sudando y sus ojos brillaban por la sobredosis de adrenalina. Era guapa, bueno, no solamente guapa. Era bonita, y esa no es una palabra que me guste usar. Lo peor es que era bonita como en los comerciales, como en esa fotografía imaginaria que tiene todo padre al pensar cómo va a ser su hija. Y no había otra cosa en el mundo que Sara odiara más. Tenía un problema con su belleza. Por eso se había rapado. Por eso usaba siempre pantalones holgados, para que nadie se asome tratando de verme el culo. Por eso tenía un arete en la lengua, otro en el ombligo, tres en cada oreja, y estaba ahorrando para hacerse uno en el pezón. Yo siempre le decía que tarde o temprano tenía que hacerse uno en la vagina. Y siempre respondía lo mismo: No mames, qué mal gusto, imagínate qué pensarían mis hijos, imagínate la chinga en el parto, y se echaba a reír. Es curioso: mientras más mutilaba su cuerpo, más guapa se veía, y más difícil era no voltear a verla.

Pepe Rojo,
Ella se llamaba Sara (cuento, fragmento)
De Yonke, 1998.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

DESEO TENER LA HISTORIA COMPLETA DE "ELLA SE LLAMABA SARA", DONDE LA PUEDO CONSEGUIR

Carlos dijo...

Ni idea. Este libro ya no lo encuentras en librerías y Karla Verde, quien subió originalmente este fragmento, ya no colabora en el blog.

Tal vez si buceas en librerías de libro antiguo o si llamas directo a la editorial te encuentres un ejemplar.

Saludos.