sábado, 20 de octubre de 2007

Una vida de microbios

Las fábulas pánicas de Alejandro Jodorowsky se publicaron semanalmente en el Heraldo de México entre 1967 y 1973.

Recientemente se reunieron y editaron en un solo tomo, y ahí fue cuando tuve la oportunidad de leerlas. Los temas son los que han caracterizado la obra de Jodorowsky tanto en cine como en teatro y literatura. Son además un maravilloso producto de su época, a pesar de que el propio autor ha "confesado" que cuando empezó con esta serie, sus conocimientos de dibujo eran tan limitados que se vio obligado a borrar y rehacer sus bocetos en varias ocasiones. El resultado es una estética lisérgica y unas historias que abrevan de mitos sufíes, películas, textos de Gurdieff, tarot y más.

Para muestra, aquí les dejo la fábula del 18 de febrero de 1968:


La fábula lista para imprimirse, aquí.

miércoles, 17 de octubre de 2007

El beso de la mujer araña

Esta novela la leí hace como diez años, y desde entonces la recuerdo, la recomiendo, y de vez en cuando regreso a algunas de sus páginas por el puro gusto de volver a leerlas.

¿De qué trata? De dos hombres que comparten una celda, y conversan. Valentín es un preso político y Molina está acusado de corrupción de menores, para disfrazar su verdadero “crimen”: la homosexualidad. Ellos no podrían ser más diferentes, pero ante el azar de encontrarse juntos y sin mucho qué hacer, Molina se pone a contarle sus películas preferidas a Valentín. La novela empieza de golpe en una de estas detalladas narraciones, pero la verdadera historia se va tejiendo poco a poco, mientras Valentín y Molina empiezan a conocerse e intercambiar anécdotas, su relación crece y madura en medio de las paredes que los aíslan del exterior pero les permiten acercarse más a sí mismos.

Una peculiaridad en las novelas de Manuel Puig (y esta no es la excepción) es que la voz del narrador está totalmente ausente. Las historias son construidas a base de puros diálogos, cartas, canciones y anuncios de revistas, por esto es considerado un artista pop. El autor, nacido en Argentina, decidió venir a vivir a México en 1976, debido a las amenazas que a causa de su obra constantemente recibía, y fue aquí donde concluyó esta novela, que espero que disfruten:

* * *

... La pantera está dormida, pero el olor de Irena la despierta, Irena la mira a través de las rejas. Se acerca despacio a la puerta, pone la llave en la cerradura, abre. Mientras tanto, los otros van llegando, se oyen los autos acercándose con las sirenas para abrirse camino entre el tráfico, aunque a esa hora ya está casi desierto el lugar. Irena descorre la barra y abre la puerta, le deja paso libre a la pantera. Irena está como transportada a otro mundo, tiene una expresión rara, entre trágica y de placer, los ojos húmedos. La pantera se escapa de la jaula de un salto, por un momentito parece suspendida en el aire, delante no tiene otra cosa que Irena. No más con el mismo envión que trae, ya la voltea. Los autos se están acercando. La pantera corre por el parque y cruza la carretera, justo cuando pasa a toda velocidad uno de los autos de la policía. El auto la pisa. Bajan y encuentran a la pantera muerta. El muchacho va hasta las jaulas y encuentra a Irena tirada en el pedregullo, ahí mismo donde la conoció. Irena tiene la cara desfigurada de un zarpazo, está muerta. La muchacha colega llega hasta donde está él y juntos se van abrazados, tratando de olvidarse de ese espectáculo terrible que acaban de ver, y fin.

- …

- ¿Te gustó?

- Sí…

- ¿Mucho o poco?

- Me da lástima que se terminó.

- Pasamos un buen rato, ¿no es cierto?

- Sí, claro.

- Me alegro.

- Yo estoy loco.

- ¿Qué te pasa?

- Me da lástima que se terminó.

- Y bueno, te cuento otra.

- No, no es eso. Te vas a reír de lo que te voy a decir.

- Dale.

- Que me da lástima porque me encariñé con los personajes. Y ahora se terminó, y es como si estuvieran muertos.

- A final, Valentín, vos también tenés tu corazoncito.

- Por algún lado tiene que salir… la debilidad, quiero decir.

- No es debilidad, che.

- Es curioso que uno no puede estar sin encariñarse con algo… Es… como si la mente segregara sentimiento, sin parar…

- ¿Vos creés?

- … lo mismo que el estómago segrega jugo para digerir.

- ¿Te parece?

- Sí, como una canilla mal cerrada. Y esas gotas van cayendo sobre cualquier cosa, no se las puede atajar.

- ¿Por qué?

- Qué se yo… porque están rebasando ya el vaso que las contiene.

- Y vos no querés pensar en tu compañera.

- Pero es como si no pudiese evitarlo… porque me encariño con cualquier cosa que tenga algo de ella.

- Contame un poco cómo es.

- Daría… cualquier cosa por poder abrazarla, aunque fuera un momento sólo.

- Ya llegará el día.

- Es que a veces pienso que no va a llegar.

- Vos no estás a cadena perpetua.

- Es que a ella le puede pasar algo.

- Escribile, decile que no se arriesgue, que vos la necesitás.

- Eso nunca. Si vas a pensar así nunca vas a poder cambiar nada en el mundo.

- ¿Y vos te creés que vas a cambiar el mundo?

- Sí, y no importa que te rías… Da risa decirlo, pero lo que yo tengo que hacer antes que nada… es cambiar el mundo.

- Pero no podés cambiarlo de golpe, y vos solo no vas a poder.

- Es que no estoy solo ¡eso es! … ¿me oís?... ahí está la verdad, ¡eso es lo importante! … En este momento no estoy solo, estoy con ella y con todos los que piensan como ella y yo, ¡eso es!, … y no me lo tengo que olvidar. Es ésa la punta del ovillo que a veces se me escapa. Pero por suerte ya la tengo. Y no la voy a soltar… Yo no estoy lejos de todos mis compañeros, ¡estoy con ellos!, ¡ahora, en este momento!..., no importa que no los pueda ver.

- Si así te podés conformar, fenómeno.

- ¡Mirá que sos idiota!

- Qué palabras…

- No seas irritante entonces… No digas eso, como si fuese yo un iluso que se engaña con cualquier cosa, ¡sabés que no es así! No soy un charlatán que habla de política en el bar, no?, la prueba es que estoy acá, ¡no en un bar!

* * *

El libro completo aquí

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lunes, 8 de octubre de 2007

Pregúntale al polvo

Como casi todos, llegué a John Fante vía Bukowski que siempre lo recomendó con pasión y vehemencia, chequen si no el prólogo con que inicia esta novela. Ambos fueron contemporáneos y Pregúntale al polvo es parte de la serie que presenta a Arturo Bandini, un hijo de inmigrantes italianos que vive en California, y pasa sus años de juventud y vagancia mientras observa el mundo y busca fortuna como escritor.

* * *
6

Subí mi habitación por los polvorientos peldaños de Bunker Hill y pasé ante los edificios forrados de hollín que jalonaban aquella calle en sombras; la arena, el aceite y la grasa asfixiaban las palmeras inútiles que se erguían cual prisioneros moribundos, encadenados a un mínimo pedazo de tierra y con los pies ocultos por el asfalto negro. Polvo y edificios viejos, viejos asomados a las ventanas, viejos que salían tambaleándose por las puertas, viejos que avanzaban con esfuerzo infinito por la calle en sombras. Viejos procedentes de Indiana, de Iowa, de Illinois, procedentes de Boston, de Kansas City, de Des Moines, viejos que habían vendido la casa y la tienda, que habían llegado en tren y en autobús a la tierra del sol, para morir al sol, apenas con el dinero necesario para vivir hasta que el sol los exterminase, los arrancara de raíz cuando les llegara la hora, lejos de la prosperidad pretenciosa de Kansas City, de Chicago y de Peoria para encontrar un lugar en el sol. Pero cuando llegaron se dieron cuenta de que otros ladrones, más listos que ellos, se habían quedado con todo, que hasta el sol era de los demás; Smith, Jones, Parker, farmacéuticos, banqueros, panaderos, polvo de Chicago, Cincinnati y Cleveland en los zapatos, condenados a morir al sol, unos dólares en el banco, suficientes para suscribirse a Los Angeles Times, suficientes para mantener vivo el espejismo de que estaban en el paraíso, de que sus casas de cartón piedra eran castillos. Los desarraigados, los vacíos y melancólicos, los viejos y los jóvenes, gente de mi tierra. Tales eran mis vecinos, tales eran los nuevos californianos. Con sus jerseys deportivos y sus gafas de sol, estaban en el paraíso, estaban en su medio natural.

Pero en la parte baja, en Main Street, Towne y San Pedro y en los dos últimos kilómetros de Fifth Street vivían decenas de miles de ciudadanos distintos; no tenían para comprarse gafas de sol ni jerseys deportivos aunque fueran baratos, y se ocultaban durante el día en las callejas y por la noche se metían en pensiones de mala muerte. Ningún policía de Los Angeles detenía por vagancia a nadie que llevase jersey grueso como los que se llevan en los países fríos. De modo, chicos, que ya pueden comprarse un jersey deportivo, unas gafas oscuras y unos zapatos blancos; si pueden. Intégrense en algún club o sociedad. De todos modos no tienen escapatoria. Al cabo de un tiempo, tras ingerir dosis masivas del Times y el Examiner, también ustedes la querrán correr en el soleado sur. Comerán hamburguesas año tras año y vivirán en pisos y hoteles polvorientos e infestados de bichos, pero todas las mañanas verán el sol maravilloso, el sempiterno azul del cielo, y las calles estarán llenas de mujeres provocativas que no ustedes no poseerán jamás, y las tórridas noches cuasitropicales les hablarán de historias de amor que no vivirán nunca; pero no se preocupen, muchachos, seguirán estando en el paraíso, en la tierra del sol.

En cuanto a los del mismo lugar que ustedes, les pueden mentir, porque no soportan la verdad, no querrán aceptarla y antes o después también ellos querrán mudarse al paraíso. A los del mismo lugar que ustedes no los pueden engañar. Saben lo que es la Baja California. Leen los periódicos, leen las revistas ilustradas que se venden en todos los quioscos y librerías de América. Han visto fotos de las casas que tienen los astros y estrellas de la pantalla. No les pueden contar nada nuevo sobre California.

Tumbado en la cama me puse a pensar en ellos mientras contemplaba el ir y venir de las luces rojas y parpadeantes del St. Paul Hotel, y me sentí muy mal, porque aquella noche me había comportado como ellos. Como Smith, como Parker, como Jones, aunque nunca había pertenecido a su misma clase. ¡Ah, Camila! De niño, allá en Colorado, eran Smith, Parker y Jones los que me ofendían con sus motes despectivos, los que me llamaban macarroni, espaguetini y aceitoso, y sus hijos me insultaban como yo te he insultado esta noche. Me hicieron tanto daño que jamás podría ser como ellos, me obligaron a encerrarme en los libros, a encerrarme en mí mismo, a huir de aquel pueblo de Colorado, y a veces, Camila, cuando les veo la cara vuelvo a experimentar la misma humillación, el mismo desprecio de entonces, y a veces me alegro de que estén aquí, pudriéndose al sol, desarraigados, engañados por su propia inhumanidad, las mismas caras, las mismas bocas rígidas y endurecidas, caras de mi pueblo, deseosas de llenar su vacío existencial con un sol abrasador.

Los veo en el vestíbulo de los hoteles, los veo tomando el sol en los parques, salir renqueando de las iglesias pequeñas y feas, con una cara tan volcada sobre sus dioses extraños que sólo refleja pesimismo, en el Templo de Aimée, la predicadora radiofónica, en la Iglesia de Yo Soy El Que Soy.

Los he visto salir haciendo eses de sus palacios de cine, entornar sus ojos vacíos ante la realidad de todos los días, volver a casa tamaleándose para leer el Times, para saber qué pasa en el mundo. He vomitado al leer su prensa, he leído sus libros, observado sus costumbres, comido su comida, deseado a sus mujeres, abierto la boca ante el arte que producen. Pero soy pobre, mi apellido termina en vocal, me odian a mí y odian a mi padre, y al padre de mi padre, y si por ellos fuera, me sacarían la sangre, me sacrificarían, pero ya son viejos, agonizan al sol y en el polvo tórrido del camino, y yo soy joven y estoy lleno de esperanzas y de amor por mi patria y mi época, y cuando te llamo sudaca y aceitosa, no te lo digo con el corazón, sino por el resabio de una antigua herida, y siento vergüenza por el daño que te he hecho.

* * *
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¡Que lo disfruten!